jueves, 14 de noviembre de 2013

Cuestión de registro




Últimamente volvemos a escuchar la radio. Era una buena costumbre que teníamos hace años y habíamos perdido. Íbamos a poner “sana” costumbre, pero hemos decidido evitarlo. Sabemos que es buena porque nos estamos informando y entreteniendo, y porque siempre hemos pensado que la radio es un soporte inigualable para determinadas acciones comunicativas. Somos fans. Pero no podemos escribir “sana” porque no sabemos si nos está compensando, y nos referimos a nuestra salud mental, la cual repercute directamente en nuestra salud física. ¿Por qué? Porque se nos ha dado, poco inteligentemente por nuestra parte, lo admitimos, por escuchar tertulias. Y eso a derivado directamente en repetidos “lo que hay que oír” a lo largo del día, a modo “se nos retuercen las entrañas”.
Pero, curiosamente, lo que más nos está llegando al alma no son las opiniones de los tertulianos (algunas, ciertamente, de difícil digestión, pero igual de ciertamente evitables o esperables en la mayoría de los casos), sino la forma en la que estos se expresan. No dejamos de preguntarnos, una y otra vez, por qué, para determinadas personas, tener un micrófono y una audiencia implica directamente dejar a un lado toda intención de comunicar. Es absolutamente contradictorio, por no utilizar otros calificativos.
Sí, para comunicar también hay que tener intención de hacerlo. No basta con hablar, con soltar palabras. El discurso, la forma en la que está construido, el vocabulario escogido, tienen que adaptarse a la audiencia, al público objetivo. Si se quiere transmitir una idea, deben hacerse todos los esfuerzos posibles para presentar el mensaje de forma que el receptor lo entienda. No siempre está en nuestra mano, interferencias-haberlas-haylas, pero, si realmente se quiere comunicar, debe haber intención de hacerlo, y, por tanto, de adaptarse a las circunstancias y, sobre todo, al destinatario.
Decimos todo esto porque tenemos la sensación de que, para determinados participantes en esas tertulias, mucho más importante que todo lo anterior, es usar las palabras en su décimo séptima acepción del diccionario, en atención a su origen etimológico, en el uso que un día le dio determinado filósofo, o de acuerdo a la teoría de un renombrado científico del siglo XIX. Perfecto. Para otro ámbito, para otra conversación, para otro grupo... Y con dudas sobre determinadas cosas que hemos escuchado. ¿Pero todo esto en un programa generalista, para todos los públicos, de difusión? No, señores y señoras, en nuestra opinión, no.
La décimo séptima acepción del diccionario está habitualmente ahí, o bien porque la RAE no se ha decidido a eliminarla, aún estando ésta ya en desuso (igual que tarda años en añadir palabras, tarda años en hacerlas desaparecer), o bien porque se trata de un uso especializado, una palabra que se ha instaurado en una determinada disciplina, habitualmente con un significado diferente al general, común o informal. La mayoría de los mortales no estamos familiarizados con esos usos, no tenemos por qué estarlo y, en algunos de los casos, no tenemos mayor interés. Sobre todo, cuando se utilizan esas acepciones sin explicar su significado, con voluntad oscurantista, con intención de, o bien hacerse pasar por alguien de un estatus superior, o bien pretender que el oyente no entienda de qué se está hablando, introduciendo un pequeño matiz insultante en ambos casos. ¿Se trata de usos correctos y normativos? Posiblemente. ¿La intención es comunicar? De ninguna manera.
Desde esta humilde tribuna queremos romper una lanza en favor de la simplificación de la comunicación. De la adaptación de los discursos, de las palabras, de las expresiones, de los hilos argumentativos, a las circunstancias. De aportar luz intencionadamente, en lugar de oscurecer ¿igual de intencionadamente?
Es una cuestión de elección de registro.
Registro, en su vigésimo segunda acepción.
Para muestra, un botón:

registro.
(Del lat. regestum, sing. de regesta, -orum).
1. m. Acción y efecto de registrar.
2. m. Lugar desde donde se puede registrar o ver algo.
3. m. En el reloj u otra máquina, pieza que sirve para disponer o modificar su movimiento.
4. m. Abertura con su tapa o cubierta, para examinar, conservar o reparar lo que está subterráneo o empotrado en un muro, pavimento, etc.
5. m. Padrón y matrícula.
6. m. Protocolo del notario o registrador.
7. m. Lugar y oficina en donde se registra.
8. m. En las diversas dependencias de la Administración Pública, departamento especial donde se entrega, anota y registra la documentación referente a ellas.
9. m. Asiento que queda de lo que se registra.
10. m. Cédula o albalá en que consta haberse registrado algo.
11. m. Libro, a manera de índice, donde se apuntan noticias o datos.
12. m. Cordón, cinta u otra señal que se pone entre las hojas de los misales, breviarios y otros libros, para manejarlos mejor y consultarlos con facilidad en los lugares convenientes.
13. m. Trampilla con puerta para deshollinar la chimenea.
14. m. Pieza movible del órgano, próxima a los teclados, por medio de la cual se modifica el timbre o la intensidad de los sonidos.
15. m. Cada género de voces del órgano; p. ej., flautado mayor, menor, clarines,etc.
16. m. Cada una de las tres grandes partes en que puede dividirse la escala musical.
17. m. Parte de la escala musical que se corresponde con la voz humana.
18. m. En el clave, piano, etc., mecanismo que sirve para esforzar o apagar los sonidos.
19. m. En el comercio de Indias, buque suelto que llevaba mercaderías registradas en el puerto de donde salía, para el adeudo de sus derechos.
20. m. Impr. Correspondencia igual de las planas de un pliego impreso con las del dorso.
21. m. Inform. Conjunto de datos relacionados entre sí, que constituyen una unidad de información en una base de datos.
22. m. Ling. Modo de expresarse que se adopta en función de las circunstancias.
23. m. Quím. Agujero del hornillo que en las operaciones químicas sirve para dar fuego e introducir el aire.
24. m. germ. Lugar donde se guisan y se dan de comer viandas ordinarias, bodegón.

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