Últimamente volvemos a escuchar la radio. Era una buena costumbre que teníamos hace años y habíamos perdido. Íbamos a poner “sana” costumbre, pero hemos decidido evitarlo. Sabemos que es buena porque nos estamos informando y entreteniendo, y porque siempre hemos pensado que la radio es un soporte inigualable para determinadas acciones comunicativas. Somos fans. Pero no podemos escribir “sana” porque no sabemos si nos está compensando, y nos referimos a nuestra salud mental, la cual repercute directamente en nuestra salud física. ¿Por qué? Porque se nos ha dado, poco inteligentemente por nuestra parte, lo admitimos, por escuchar tertulias. Y eso a derivado directamente en repetidos “lo que hay que oír” a lo largo del día, a modo “se nos retuercen las entrañas”.
Pero, curiosamente, lo
que más nos está llegando al alma no son las opiniones de los
tertulianos (algunas, ciertamente, de difícil digestión, pero igual
de ciertamente evitables o esperables en la mayoría de los casos),
sino la forma en la que estos se expresan. No dejamos de
preguntarnos, una y otra vez, por qué, para determinadas personas,
tener un micrófono y una audiencia implica directamente dejar a un
lado toda intención de comunicar. Es absolutamente contradictorio,
por no utilizar otros calificativos.
Sí, para comunicar
también hay que tener intención de hacerlo. No basta con hablar,
con soltar palabras. El discurso, la forma en la que está
construido, el vocabulario escogido, tienen que adaptarse a la
audiencia, al público objetivo. Si se quiere transmitir una idea,
deben hacerse todos los esfuerzos posibles para presentar el mensaje
de forma que el receptor lo entienda. No siempre está en nuestra
mano, interferencias-haberlas-haylas, pero, si realmente se quiere
comunicar, debe haber intención de hacerlo, y, por tanto, de
adaptarse a las circunstancias y, sobre todo, al destinatario.
Decimos todo esto porque
tenemos la sensación de que, para determinados participantes en esas
tertulias, mucho más importante que todo lo anterior, es usar las
palabras en su décimo séptima acepción del diccionario, en
atención a su origen etimológico, en el uso que un día le dio
determinado filósofo, o de acuerdo a la teoría de un renombrado
científico del siglo XIX. Perfecto. Para otro ámbito, para otra
conversación, para otro grupo... Y con dudas sobre determinadas
cosas que hemos escuchado. ¿Pero todo esto en un programa
generalista, para todos los públicos, de difusión? No, señores y
señoras, en nuestra opinión, no.
La décimo séptima
acepción del diccionario está habitualmente ahí, o bien porque la
RAE no se ha decidido a eliminarla, aún estando ésta ya en desuso
(igual que tarda años en añadir palabras, tarda años en hacerlas
desaparecer), o bien porque se trata de un uso especializado, una
palabra que se ha instaurado en una determinada disciplina,
habitualmente con un significado diferente al general, común o
informal. La mayoría de los mortales no estamos familiarizados con
esos usos, no tenemos por qué estarlo y, en algunos de los casos, no
tenemos mayor interés. Sobre todo, cuando se utilizan esas
acepciones sin explicar su significado, con voluntad oscurantista,
con intención de, o bien hacerse pasar por alguien de un estatus
superior, o bien pretender que el oyente no entienda de qué se está
hablando, introduciendo un pequeño matiz insultante en ambos casos.
¿Se trata de usos correctos y normativos? Posiblemente. ¿La
intención es comunicar? De ninguna manera.
Desde esta humilde
tribuna queremos romper una lanza en favor de la simplificación de
la comunicación. De la adaptación de los discursos, de las
palabras, de las expresiones, de los hilos argumentativos, a las
circunstancias. De aportar luz intencionadamente, en lugar de
oscurecer ¿igual de intencionadamente?
Es una cuestión de
elección de registro.
Registro, en su vigésimo
segunda acepción.
Para muestra, un botón:
(Del lat. regestum, sing.
de regesta,
-orum).
4. m. Abertura
con su tapa o cubierta, para examinar, conservar o reparar lo que
está subterráneo o empotrado en un muro, pavimento, etc.
8. m. En
las diversas dependencias de la Administración Pública,
departamento especial donde se entrega, anota y registra la
documentación referente a ellas.
12. m. Cordón,
cinta u otra señal que se pone entre las hojas de los misales,
breviarios y otros libros, para manejarlos mejor y consultarlos con
facilidad en los lugares convenientes.
14. m. Pieza
movible del órgano, próxima a los teclados, por medio de la cual se
modifica el timbre o la intensidad de los sonidos.
19. m. En
el comercio de Indias, buque suelto que llevaba mercaderías
registradas en el puerto de donde salía, para el adeudo de sus
derechos.
21. m. Inform. Conjunto
de datos relacionados entre sí, que constituyen una unidad de
información en una base de datos.
23. m. Quím. Agujero
del hornillo que en las operaciones químicas sirve para dar fuego e
introducir el aire.
24. m. germ. Lugar
donde se guisan y se dan de comer viandas ordinarias, bodegón.